domingo, 21 de febrero de 2016

5 Enseñanzas de la Transfiguración del Señor para HOY

1. La primera enseñanza que nos da la Transfiguración es ésta: que no son incompatibles las gracias y estados místicos con la vida de apostolado. Jesús se cansaba del camino… Jesús y los apóstoles para poder orar, tenían que hacerlo de noche, sacar tiempo quitándolo del descenso. De vez en cuando el Señor se los llevaba para descansar, pero allí mismo le iban a buscar.
Pues a pesar de esto, Jesús goza de la gracia de la Transfiguración y los apóstoles no solo son testigos sino que oyeron la voz del Padre, vieron a Moisés y a Elías.
Si las gracias míticas fueran necesarias a un alma, Dios las daría, pero son gratuitamente dadas y podrían ser pábulo a la vanidad del alma no bien cimentada. En cambio esa lenta transfiguración que Dios hace en el alma de que somos testigos todos nosotros, no. Y ¿qué más da que la transfiguración se haga en un rato de oración o en una vida? Lo interesante es que se haga, que quede transfigurada y si no se da cuenta nadie, mejor. Y si no se da cuenta la propia persona, mejor. Dios sabe lo que conviene al alma y hay que bendecir y aplaudir lo que haga.

2. Otra enseñanza es lo que hizo Jesús e invitó a hacer a los apóstoles. Pues para disponer el Señor a esta gracia a los apóstoles después de trabajar, de evangelizar y fatigarse, les invita a fatigarse más: “Venid conmigo y mientras los otros se quedaban en el llano descansando, Jesús coge los tres que más amaba y a lo primero que les invita es a dejar el llano, el valle y a trepar a la cumbre a fatigarse de nuevo.
También hay aquí una buena lección: Seguir la mera invitación de Jesús.

3. Aún otra enseñanza: En aquel apostolado agotador, absorbente, Jesús se les lleva, no solo a orar… No se puede subir a la alturas sin apartarse de los valles, de las cosas bajas y viles. Por aquí ha de comenzar nuestra transformación. Son obstáculos para ello, las cosas, las personas, las ocupaciones, todo lo que sea poseído y usado con afecto excesivo, con desasosiego, con intranquilidad.
Y otra cosa: Si Dios nos invita a dejar cosas, dejémoslas, a dejar cargos, dejémoslos y con toda la holgura de que seamos capaces.
Tenemos que ser indiferentes para todo esto como los comediantes que unas veces hacen de reyes y les ponen la corona, y ese mismo en otra comedia es esclavo, y es la misma persona y la misma voz. Así tiene que ser, maniquíes que viste Dios de lo que quiere.
Al subir al monte los apóstoles, ¡qué pequeñas veían las cosas que dejaban abajo!... Miremos las cosas desde arriba y nos iremos santificando y nuestra inteligencia se irá tornando de oscura en clara y lúcida para comprender las cosas de Dios. Y cuando ya lo hayamos hecho aún no queda otra cosa: Orar para que el Señor transfigure vuestra alma. Jesús mismo se puso en oración para la transfiguración y los Apóstoles también y orando fueron transfigurados. La oración es el gran medio que nos da Jesús, porque ni el que planta ni el que riega: tiene que ser Él.
A nosotros nos toca vaciar el corazón, hacer sitio en ese corazón, pero después para que el alma se llene de virtudes, se embellezca.

4. Sin la oración no podemos hacer nada y menos la santificación. Tenemos que orar para pedir gracias de santificación, porque ¿qué es l santificación sino una transfiguración? A la gracia hay que ir por la oración. Y la oración y la gracia nos van despegando de la tierra atraída por los intereses de Jesús. Cuando vayamos sintiendo todo esto, tengamos cuidado de no caer en la infantil alegría de San Pedro: “Qué bien estamos aquí”.  

5. Después de la Transfiguración Jesús quedó de la forma ordinaria y les invita a descender y al descender les habla de su misión redentora.
¡Qué bien estamos aquí! Pero el plan de Dios es que cumplamos nuestra misión, que vayamos dejándonos transformar, pero no para quedar regodeándonos, sino para fortalecernos e ir cumpliendo los planes de Dios.
Pero, ¡cuidado! Cuando a Pedro le llega el momento, el haber visto a Jesús transfigurado no es obstáculo para negarle ¡y tres veces!

Que el Señor os haga santos, pero no os queráis mirar en el espejo… Tendréis una eternidad para cantar las misericordias y las alabanzas de Dios. Cuando os deis cuenta de las gracias de Dios, dadle las gracias y ¡a trabajar!

Suplicad al Señor y con la mayor devoción que podáis decid esa oración transformadora del “Alma de Cristo”, porque ¿qué es esto más que pedir al Señor una transfiguración?

               
A.M.D.G. et B.M.V.

Siervo de Dios Doroteo Hernández Vera