1. La primera enseñanza que nos da la Transfiguración es ésta: que no son incompatibles las gracias y estados
místicos con la vida de apostolado. Jesús se cansaba del camino… Jesús y
los apóstoles para poder orar, tenían que hacerlo de noche, sacar tiempo
quitándolo del descenso. De vez en cuando el Señor se los llevaba para
descansar, pero allí mismo le iban a buscar.
Pues
a pesar de esto, Jesús goza de la gracia de la Transfiguración y los apóstoles
no solo son testigos sino que oyeron la voz del Padre, vieron a Moisés y a
Elías.
Si
las gracias míticas fueran necesarias a un alma, Dios las daría, pero son
gratuitamente dadas y podrían ser pábulo a la vanidad del alma no bien
cimentada. En cambio esa lenta transfiguración que Dios hace en el alma de que
somos testigos todos nosotros, no. Y ¿qué más da que la transfiguración se haga
en un rato de oración o en una vida? Lo interesante es que se haga, que quede
transfigurada y si no se da cuenta nadie, mejor. Y si no se da cuenta la propia
persona, mejor. Dios sabe lo que conviene al alma y hay que bendecir y aplaudir
lo que haga.
2. Otra enseñanza es lo que hizo Jesús
e invitó a hacer a los apóstoles. Pues para disponer el Señor a esta gracia a
los apóstoles después de trabajar, de evangelizar y fatigarse, les invita a fatigarse más: “Venid
conmigo y mientras los otros se quedaban en el llano descansando, Jesús coge
los tres que más amaba y a lo primero que les invita es a dejar el llano, el
valle y a trepar a la cumbre a fatigarse de nuevo.
También
hay aquí una buena lección: Seguir la
mera invitación de Jesús.
3. Aún otra enseñanza: En aquel
apostolado agotador, absorbente, Jesús se les lleva, no solo a orar… No se
puede subir a la alturas sin apartarse de los valles, de las cosas bajas y
viles. Por aquí ha de comenzar nuestra transformación. Son obstáculos para
ello, las cosas, las personas, las ocupaciones, todo lo que sea poseído y usado
con afecto excesivo, con desasosiego, con intranquilidad.
Y
otra cosa: Si Dios nos invita a dejar
cosas, dejémoslas, a dejar cargos, dejémoslos y con toda la holgura de que
seamos capaces.
Tenemos
que ser indiferentes para todo esto como los comediantes que unas veces hacen
de reyes y les ponen la corona, y ese mismo en otra comedia es esclavo, y es la
misma persona y la misma voz. Así tiene que ser, maniquíes que viste Dios de lo
que quiere.
Al
subir al monte los apóstoles, ¡qué pequeñas veían las cosas que dejaban
abajo!... Miremos las cosas desde arriba
y nos iremos santificando y nuestra inteligencia se irá tornando de oscura en
clara y lúcida para comprender las cosas de Dios. Y cuando ya lo hayamos hecho
aún no queda otra cosa: Orar para que el
Señor transfigure vuestra alma. Jesús mismo se puso en oración para la
transfiguración y los Apóstoles también y orando fueron transfigurados. La
oración es el gran medio que nos da Jesús, porque ni el que planta ni el que
riega: tiene que ser Él.
A
nosotros nos toca vaciar el corazón,
hacer sitio en ese corazón, pero después para que el alma se llene de virtudes,
se embellezca.
4. Sin
la oración no podemos hacer nada y menos la santificación. Tenemos que orar
para pedir gracias de santificación, porque ¿qué es l santificación sino una
transfiguración? A la gracia hay que ir por la oración. Y la oración y la
gracia nos van despegando de la tierra atraída por los intereses de Jesús.
Cuando vayamos sintiendo todo esto, tengamos cuidado de no caer en la infantil
alegría de San Pedro: “Qué bien estamos aquí”.
5. Después de la Transfiguración Jesús
quedó de la forma ordinaria y les invita
a descender y al descender les habla de su misión redentora.
¡Qué
bien estamos aquí! Pero el plan de Dios es que cumplamos nuestra misión, que
vayamos dejándonos transformar, pero no para quedar regodeándonos, sino para
fortalecernos e ir cumpliendo los planes de Dios.
Pero,
¡cuidado! Cuando a Pedro le llega el momento, el haber visto a Jesús
transfigurado no es obstáculo para negarle ¡y tres veces!
Que el Señor os haga santos, pero no os
queráis mirar en el espejo… Tendréis una eternidad para cantar las
misericordias y las alabanzas de Dios. Cuando os deis cuenta de las gracias de
Dios, dadle las gracias y ¡a trabajar!
Suplicad al Señor
y con la mayor devoción que podáis decid esa oración transformadora del “Alma de Cristo”, porque ¿qué es esto
más que pedir al Señor una transfiguración?
A.M.D.G. et B.M.V.
Siervo de Dios Doroteo Hernández Vera